ANDAR POR LOS TEJADOS

Debo confesar que esto de andar por los tejados tiene su encanto, aunque antes me agobiaba.

Diez minutos de preparación (arnés, botas, guantes y casco) y luego otros tantos para quitarme lo puesto.

Cuidado dónde pisas y dónde te enganchas, qué lucernario salvas o qué teja rompes

Y de ahí a supervisar otra instalación, con la misma tarea de ponte-quita.  En ocasiones hasta cuatro o cinco por día.

 

Pero, cuando se trata de casas de lujo, definitivamente no es lo mismo verlas a pie de calle que desde los tejados.

Se pierde gran parte de su belleza.

Te lo digo yo, que llevo ya unos cuantos años visitando mansiones desde arriba, como los gatos.

Eso sí, gatos con nivel y clase

 

El tema de la clase lo aprendí cuando empecé a publicar mis fotos con casco y arnés.  Se perdía el glamour de la situación, o eso me decían mis colegas entre risas.

Eso, sin quererlo, me vino muy bien para quitarme ese agobio que me provocaba saltar por los tejados.

Porque empecé a buscar en las alturas los rincones bonitos en los que pudiese deshacerme momentáneamente de los EPIs con seguridad.

Y disfrutar de las vistas desde allí (y algún selfi para publicar)

 

Y, casi sin quererlo, me encontré con espacios inaprovechables por normativa, pero que bien valdrían cientos de miles para poner un chill out o una pergolita con sillones de relax con café y libro y acompañarse de vistas increíbles.

Lugares maravillosos que están pero que no puede visitar ni el dueño de la casa.

Fue así como le añadí el poco encanto que le faltaba a lo que hago y como lo adorné, evadiéndome con momentos de soledad en esas alturas